domingo, 9 de julio de 2017

La espina y el ala, construir el vuelo.


Formulada hasta el hartazgo la pregunta sobre qué es la Belleza suele ser una de las más incómodas. Las respuestas, menos o más poéticas, ligadas a la estética, la religión o la Naturaleza, siempre oscilan entre lo divino y lo cotidiano -par no necesariamente opuesto. El problema con preguntas como ésta (indescifrables) a veces es más una dificultad de palabras que de meditaciones abstractas o sentimientos. Por eso, las imágenes suelen (o pueden) responder de manera más efectiva.

Las tres fotografías de Karina Di Pasquale, con sus frías tonalidades y matices lumínicos generados por el sol, que presentan colibríes en movimiento conmueven y funcionan como una respuesta visual. Fusionadas, la delicadeza del vuelo del ave y la propia de la fotógrafa (que en esta ocasión se aleja de su claroscuro tradicional) multiplican los simbolismos; y aquello que rodea a esta especie, la más pequeña de los pájaros, representa más de lo que aparenta. Así, el espectador puede esbozar cierta reflexión para acceder a lo simbólico en estas obras: si el colibrí trabaja como una abeja pero no posee el aguijón hiriente puede pensarse, entonces, en el lado poético de la (también hiriente) cotidianeidad. Encontrar en lo cotidiano aquello que haga de la Belleza no siempre una pregunta sino una constante respuesta es lo que la fotógrafa logra con sus imágenes.



“En fotografía, más que capturar el momento, a mi me interesa mucho mostrar lo que veo en mi cabeza” sostiene Di Pasquale aclarando luego que si bien el colibrí no estuvo ahí en ese momento, ella lo vió pasar por allí. Dos de las tres fotografías son composiciones en relación a la toma directa: “lo detuve y lo armé ahí, donde yo lo vi y donde lo quiero”. En ambas el ave tiene un plumaje verde azulado, el característico del colibrí hembra, a diferencia de la toma natural que muestra un ave de plumas rojizas, un colibrí macho. La relación entre el sexo del ave y la fotografía como composición o toma natural sorprende: la compuesta es la que muestra a la hembra.



En tiempos de (re)construcción en torno a la mujer, Karina (consciente o inconscientemente) compone su tipo de ave, allí donde la vió y donde la quiere, como ella misma sostiene al hablar de su dinámica al momento de crear. Una vez más lo simbólico. Posado sobre una rama, desafiante, está el macho. En cambio, ya sea rodeada por una burbuja (efecto azaroso de la luz solar) o como luchando sutilmente con una planta espinosa se encuentra la hembra abriendo sus alas con convicción.




En estas tres obras, la Belleza natural o compuesta es una respuesta; incluso a pesar de que el ser humano no pueda dejar de estar colmado de preguntas. ¿La belleza es frágil pero dolorosa? ¿(No) hay lugar para la fragilidad? ¿Pueden convivir la espina y el ala?  El invierno ¿es necesariamente frío? Los delicados colibríes de Karina Di Pasquale transmiten el efímero vuelo de las preguntas y de la agradable sensación de la posibilidad de respuestas que puede hallarse en la poesía de lo cotidiano.

Manuela Rímoli.