Formulada hasta el hartazgo la pregunta
sobre qué es la Belleza suele ser una de las más incómodas. Las respuestas,
menos o más poéticas, ligadas a la estética, la religión o la Naturaleza,
siempre oscilan entre lo divino y lo cotidiano -par no necesariamente opuesto.
El problema con preguntas como ésta (indescifrables) a veces es más una
dificultad de palabras que de meditaciones abstractas o sentimientos. Por eso,
las imágenes suelen (o pueden) responder de manera más efectiva.
Las
tres fotografías de Karina Di Pasquale, con sus frías tonalidades y matices lumínicos
generados por el sol, que presentan colibríes en movimiento conmueven y
funcionan como una respuesta visual. Fusionadas, la delicadeza del vuelo del
ave y la propia de la fotógrafa (que en esta ocasión se aleja de su claroscuro
tradicional) multiplican los simbolismos; y aquello que rodea a esta especie,
la más pequeña de los pájaros, representa más de lo que aparenta. Así, el espectador
puede esbozar cierta reflexión para
acceder a lo simbólico en estas obras: si el colibrí trabaja como una abeja
pero no posee el aguijón hiriente puede pensarse, entonces, en el lado poético
de la (también hiriente) cotidianeidad. Encontrar en lo cotidiano aquello que
haga de la Belleza no siempre una pregunta sino una constante respuesta es lo
que la fotógrafa logra con sus imágenes.
“En
fotografía, más que capturar el momento, a mi me interesa mucho mostrar lo que
veo en mi cabeza” sostiene Di Pasquale aclarando luego que si bien el colibrí
no estuvo ahí en ese momento, ella lo vió pasar por allí. Dos de las tres fotografías
son composiciones en relación a la toma directa: “lo detuve y lo armé ahí, donde
yo lo vi y donde lo quiero”. En ambas el ave tiene un plumaje verde azulado, el
característico del colibrí hembra, a diferencia de la toma natural que muestra
un ave de plumas rojizas, un colibrí macho. La relación entre el sexo del ave y
la fotografía como composición o toma natural sorprende: la compuesta es la que
muestra a la hembra.
En
tiempos de (re)construcción en torno a la mujer, Karina (consciente o inconscientemente)
compone su tipo de ave, allí donde la vió y donde la quiere, como ella misma sostiene al
hablar de su dinámica al momento de crear. Una vez más lo simbólico. Posado
sobre una rama, desafiante, está el macho. En cambio, ya sea rodeada por una
burbuja (efecto azaroso de la luz solar) o como luchando sutilmente con una
planta espinosa se encuentra la hembra abriendo sus alas con convicción.
En estas tres obras, la Belleza natural
o compuesta es una respuesta; incluso
a pesar de que el ser humano no pueda dejar de estar colmado de preguntas. ¿La
belleza es frágil pero dolorosa? ¿(No) hay lugar para la fragilidad? ¿Pueden
convivir la espina y el ala? El invierno
¿es necesariamente frío? Los delicados colibríes de Karina Di Pasquale transmiten
el efímero vuelo de las preguntas y de la agradable sensación de la posibilidad de respuestas que puede
hallarse en la poesía de lo cotidiano.
Manuela Rímoli.