La mente del
espectador (que muchas veces no puede disociarse del corazón) tiende a creerle
ciegamente -¡qué paradoja!- al artista creador.
Cuando observamos una fotografía de una figura humana sabemos que ese sujeto
estuvo frente a la cámara y por ende, existió.
Ahora bien, al ver a Napoleón montando su caballo en el célebre retrato
realizado por David [1]
no cuestionamos la existencia del emperador francés como tampoco la apariencia
con la que se nos presenta en dicha pintura. Hasta hace pocos años, durante lo
que algunos pensadores del arte denominaron “la era del Arte”[2]
(el cambio se produce con las vanguardias en Europa, incipientes en el último
tramo del siglo XIX –por ejemplo, el Impresionismo- e intensas en los albores
del XX –Futurismo, Dadaísmo, para mencionar sólo dos ), las obras pictóricas
debían ser como “ventanas”, el marco del óleo era análogo a un marco de ventana;
es decir, aquello que se representaba en la pintura era tan realista que el espectador podía pensar
que estaba admirando un paisaje (o retrato) verdadero.
Entonces, podríamos hallar en este paradigma la razón (o una de las razones) por
la cual solemos creerle a las imágenes. Sin embargo (¡atención!), no a
cualquier tipo de imagen. Esto sucede, particularmente, con las obras
pictóricas previas al invento del daguerrotipo y la fotografía. Creemos en esa
imagen como creemos en la foto que tenemos de algún ser querido.
Pero ¿qué
ocurriría si descubrimos que en el óleo “Batalla de Caseros al final del
combate” pintado por el pintor uruguayo Juan Manuel Blanes entre 1856 y 1857 en
el que se representa a Urquiza en combate, hay dos (sí, dos) Urquizas? ¿Y qué
si sabemos que esto fue aprobado por el mismo Urquiza? El pintor tiene en sus
manos la Verdad, es casi un dios, y
como tal crea.
Y como los
humanos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, según se dice, muchas
veces, nos permitimos también crear. Y una de las creaciones que adoramos hacer
es la de la figura heroica, el Mito,
ese héroe que crece sin detenerse a lo largo de los años de existencia de una
comunidad.
El mito es entonces una creación de la sociedad, pero una
creación que suele generarse por conveniencias. Que existe sin embargo para
ordenar el mundo simbólicamente. Es decir, los mitos son necesarios para el
crecimiento de una comunidad, para su sustento e identidad. Y si bien los mitos viven en el inconsciente son muchas
veces los artistas los que tienen la tarea de plasmarlos para que, cuando no se
tiene suficiente imaginación o cuando la vida arremete y el mito tiende a
desdibujarse, se los recuerde con nitidez. En otras palabras, para que tengan un rostro.
Con este dilema
se encuentra el pintor Juan Manuel Blanes (1830-1901) cuando se le encarga el
retrato de José Artigas (1764-1850), el héroe uruguayo por excelencia. De dicho
héroe sólo se conservaba un dibujo en
el que aparece de perfil y ya en sus
últimos años de vida. Blanes se ve obligado a reconstruir ese rostro (e incluso
el cuerpo entero) a partir de ese anciano perfil pero rejuveneciéndolo. Deberá
representarlo en sus años de héroe revolucionario activo ya que se le pide que
represente, justamente, a “un héroe nacional” y no a un anciano. Es en este
instante cuando la creación del mito comienza a cobrar una identidad más allá de las mentes (uruguayas en
este caso). Ahora tendrá un rostro y así podrá figurar su imagen en los libros
escolares de historia y en las oficinas municipales del país.
A partir de aquí,
el film “Detrás del Mito” de Marcelo Rabuñal (re)construye con dinamismo y de
manera certera “el romance” de la sociedad uruguaya con Artigas y,
paralelamente, el proceso de creación de toda figura mítica. Y si bien todo se sustenta
con información histórica, el foco está puesto en este proceso de producción a
partir de la mano creadora del artista (uno de los artistas que reflexiona
sobre Artigas afirma que el prócer es la Marilyn Pop[3]
de Uruguay).
Que en el
film se le dé a los niños en etapa escolar, a J. M. Blanes y a Stephen Mancusi (artista
forense estadounidense clave para este mito uruguayo) la misma importancia que
a la figura de Artigas, deja en claro el carácter colectivo del mito; cada integrante de ese colectivo será una pieza
fundamental en la configuración de dicha identidad mítica. “Detrás del Mito”
además de ser una interesante y profunda (sin dejar de ser fresca y ágil)
reflexión sobre cómo el arte dialoga con la sociedad y logra convertirse en la
fibra fundamental que sostiene la identidad de un grupo social, también puede “leerse”
como un mensaje sutil para los artistas contemporáneos, que tienen en sus manos
el futuro mitológico de la humanidad y que, a veces pareciera, no son
conscientes de su importancia.
Manuela Rímoli
[1]
“Napoleón cruzando los Alpes” 1801, óleo sobre lienzo, 227 x 230 cm.
Jacques-Louis David (1748-1825) Actualmente en el Museo del Louvre en París.
[2] Danto,
Arthur C. (2012) “Capítulo 1: Introducción: moderno, posmoderno y
contemporáneo” en “Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde
de la historia” Bs As, Argentina, Ed. Paidós.
[3] Se
está haciendo alusión a la famosa obra de Andy Warhol (1928- 1987) “Las cuatro
Marilyn” (1962), serigrafiado sobre lienzo, 73,6 x 60,9 cm (Colección
Sonnabend)
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