martes, 12 de julio de 2016

Romper el espejo para que logre reflejarse la luz.


Romper el espejo, el espejo social, ese armado como casa de muñecas de plástico. Muñecas que siguen un plan sistematizado, “perfecto”. ¿Quién configuró este esquema? ¿Quién fue aquel que dijo que el corazón tenía sentimientos? ¿Qué es un sentimiento? ¿Los hay buenos y malos, correctos e incorrectos? A decir verdad, el corazón tiene sangre. ¡Sí, sangre! Y es una mezcla extraña de arterias, venas, nervios. En realidad, es un asco. ¿Un asco como uno? Como uno cuando se corre del esquema, quizás.
Lo que sucede es que existe un esquema-espejo y ante él uno se vuelve objeto pero si la posibilidad de reflejarse existe significa que se es sujeto. Entonces, ¿qué hacer? ¿Cómo reconfigurarse y volver a ser sujeto? Una buena opción es vivir los 70 vigorosos minutos de Bulto Magno. Minutos en los que se entrecruzan vidas-vidas, vidas-palabras, vidas-cuerpos y en los que no se sabe de manera certera de qué lado se está, ¿espectador o actor?

Bulto Magno es un espejo que se desarma, se desarticula y una vez que se presencia la obra ya no es posible verse reflejado en una sola y única imagen. En ese desarmado, en esa desarticulación también se desarma el espectador. Todos los personajes son uno y uno es todos. Y en ese ambiente coral de deconstrucción uno se arma, se reconstruye para volver luego a mirarse en un (otro) espejo (aparentemente) armado pero que ya nunca va a articularse como creíamos que era correcto.
El equilibrio en este desequilibrado grupo marginal de sujetos eufóricos pero, paradójicamente, llenos de melancolía, proviene de las intensas palabras que salen proyectadas desde sus bocas y que antes fueron (siempre lo serán) palabras de Alejandro Urdapilleta; pero esto es así porque estos marginales están representados por actores excelentes.
Marcos Gómez y Romina Rama se destacan por lograr una pasión inexplicable que logran articular con sus ojos, sus voces y sus cuerpos. Rocío Ferrer y Belén Spenser, por su parte, encarnan sus papeles con una intensidad arrolladora y Santiago Martín y Belén Azar generan delicados oasis de gracia. A su vez, Paola Villa y Augusto Chiappe funcionan como dos puntos alejados entre sí que equilibran y sostienen la coherencia de las demás actuaciones no sólo por sus roles sino también por sus impecables actuaciones.
Por otra parte, el vestuario y el maquillaje no podrían estar más acertados y la musicalización e iluminación completan este penetrante equipo de un modo justo.

Obras como Bulto Magno son necesarias. Necesarias para recordarnos algo que parece que se olvida al nacer. Algo indiscutible: no necesitamos pertenecer para ser. Siendo ya estamos perteneciendo a algo mucho más vasto que a un acotado, encorsetado esquema. Siendo existimos y no hay esquema que valga cuando se trata de ser fiel a uno mismo.
Así, como muchas voces han dicho a lo largo de la larga vida del arte dramático, el teatro funciona como puente hacia el conocimiento de uno mismo. Y el equipo de Bulto Magno hace honor a esta función. Diecinueve actores en escena rompen el espejo y dejan pasar la luz.

Manuela Rímoli.

Ficha técnica
Actúan: Augusto Chiappe, Belen Azar, Belen Spenser, Daniel Wendler, Daniela Echarte, Daniela Nuñez, Florencia Barral, Florencia Colace, Josefa Vergara, Juan Flores, Marcos Gomez, Marina Cacia, Martín Goldber, Paola Villa, Rocío Ferrer, Romina Rama Vilariño, Santiago Martin, Tatiana Emede, Victoria Spiner.
 Coreografía: Andrés Molina
Diseño de iluminación: Leandro Crocco
Sonido: Jonas Etcheverry
Diseño gráfico: Claudia Tapia, Tatiana Emede
Fotografía: Geoconda Zambrano
Producción: Bulto Magno
Supervisión Artistica: Guillermo Cacace, Julieta de Simone, Andrés Molina,


Sitio web: Web: https://www.facebook.com/bultomagno/?fref=ts