lunes, 21 de septiembre de 2015

Silvina Ocampo, esa flor blanca.

Un fantasma sobrevuela los escritos de Silvina Ocampo, un fantasma femenino, con la fragilidad de lo firme. A medida que los ojos lectores avanzan sobre sus letras un campo de nardos crece  decidido a hechizar con su aroma. Creer en las infinitas posibilidades que ella nos ofrece es un acto de voluntad mágica al cual uno debe entregarse como si cayera en una alfombra de flores blancas y doradas; una voluntad que sólo se consigue frente al espejo, en silencio o en un eterno jardín secreto iluminado por rayos de Sol que atraviesan las ramas de los árboles.

Silvina nos ofrece sutil pero decididamente, una mirada etérea, cegadora, celeste y  luminosa que nos alivia frente a los misterios de la vida.  Frente a  los misterios de un rostro, un nombre, una familia, una casa o un conjunto de cristales rotos en un rincón. Entregarse a sus palabras es animarse a viajar en silencio por un mundo paralelo, por un mundo que se encuentra del otro lado de cualquier espejo.


Sin embargo, Silvina Ocampo, sin piedad alguna, da vuelta sus espejos y nos muestra la cara maliciosa del reflejo humano, perenne. La crueldad de un niño, de una palabra mal dicha, de un castigo ancestral. La sorpresa mórbida y el instante de cambio. El tiempo en círculos, el tiempo serpiente.  La verdad como mentira que disuelve el papel en un río antes de que aprendamos a nadar. 

Manuela Rímoli.

viernes, 24 de julio de 2015

Luis Buñuel, el eterno surrealista.

Toda vanguardia nace para morir. La vanguardia es novedad y toda novedad una vez conocida y establecida deja de serlo. Así muere.
A comienzos del siglo XX surgen las primeras vanguardias históricas en el arte plástico. En 1924 nace, oficialmente, el Surrealismo. André Bretón encabeza este movimiento junto a pintores y poetas, el grupo tiene como bandera lo onírico y lo irracional.
En el año 1929, Salvador Dalí (uno de los surrealistas más famosos) colabora con su amigo  Luis Buñuel en lo que sería la primer filmación de éste; juntos realizan “El perro andaluz”, uno de los primeros cortos surrealistas. Éste es el comienzo de una larga historia cinematográfica, el comienzo de una rica filmografía de más de 30 películas, de más de 30 excusas para alargar la corta vida del Surrealismo. Es el comienzo del gran cine de Luis Buñuel.

Si bien hizo cine en algunos de los países más importantes para el arte como España, México y Francia y dirigió a grandes actores de cine como Jeanne Moreau, Francisco Rabal, Catherine Deneuve y Fernando Rey, Buñuel nunca abandonó la impronta surrealista. Siempre trabajó libremente sin pensar en la razón o la lógica. Hasta en su etapa más comercial (las películas melodramáticas realizadas durante su exilio en México) logró inmiscuir sus escenas surrealistas, sus deliciosas locuras “buñuelescas” como insectos y cerdos, transformando así al melodrama en una brillante joya del cine.
Visiones, vírgenes, sueños, pesadillas, sublimaciones: un bebé cerdo, una madre virgen, una cajita musical asesina y un Cristo que se ríe del pecador forman parte del inventario de Buñuel.
Su eterno vaivén entre el temor y la adoración a la religión, su fascinación por los insectos y el poder de lo irracional están presentes, a veces fugazmente otras de manera imperante, en todas sus películas.
“La memoria es invadida constantemente por la imaginación y el ensueño y, puesto que existe la tentación de creer en la realidad de lo imaginario, acabamos por hacer una verdad de nuestra mentira”1 afirma Luis Buñuel. Él logró como pocos directores crear su propio estilo, su propia iconografía y así, su propia historia. Es considerado no sólo uno de los directores más importantes del cine sino también de los más creativos y originales. Buñuel tuvo la creatividad suficiente para alargar la vida de algo que, irremediablemente, había nacido para morir. Extendió durante todo un siglo (nació en 1900 y murió en 1983) aquello destinado a morir rápidamente, el Surrealismo.

Manuela Rímoli.

1Buñuel, Luis (2008) “Mi último suspiro”. España. Editorial DEBOLSILLO.

Algunas películas de Luis Buñuel: “El perro andaluz” (1929), “Los olvidados” (1950), “Subida al cielo” (1951), “Él” (1952), “Ensayo de un crimen” (1955), “Viridiana” (1961), “El ángel exterminador” (1962), “El discreto encanto de la burguesía” (1972) y “Este oscuro objeto de deseo” (1977).

Algunos pintores surrealistas: Joan Miró, Salvador  Dalí, René Magritte y Max Ernst.

viernes, 17 de julio de 2015

La escritura de Marguerite Duras.



Como un extenso poema sobre el amor, la muerte y el pasado se erige la escritura de Marguerite Duras frente a nuestros ojos. Luchando contra el olvido e intentando hacer de la memoria la reina de todos los movimientos humanos, Duras transforma  las letras en oraciones que parecen no tener  un fin. Es esta incerteza lo que nos hace avanzar a ciegas página a página. Páginas hechas de silencios y memoria. Es también allí donde el miedo a amar se entremezcla con el caos de las oraciones formadas por letras impares  para transformarse en una certeza: el amor es la muerte y la muerte es el pasado.

Manuela Rímoli.

miércoles, 15 de julio de 2015

El cine de Antonioni .



Es un acuerdo común el decir que desde sus comienzos el cine busca documentar la vida (y de la manera más fidedigna, o sea, en movimiento), algo que hasta su aparición no habían logrado otras artes. El cine irrumpe en la vida de las personas justo cuando éstas comienzan a desacreditar la actitud pasiva/contemplativa que toma el espectador frente a lo artístico. Como sostiene Boris Groys °, el cine adhiere a “la fe típicamente moderna en la superioridad de la vita activa por sobre la vita contemplativa”; la vida contemplativa comienza a verse como una manifestación de debilidad vital, de falta de energía y es el cine, desde sus comienzos, el medio que festeja todos los tipos de movimientos existentes (piénsese en uno de los primeros cortos de los hermanos Lumiére en el que un tren avanza hacia el espectador). El cine es una “celebración del movimiento”, un defensor vehemente de la vita activa.
Ahora bien, lo que hace el director italiano Michelangelo Antonioni (1912-2007) es cine, nadie puede negarlo pero en sus películas el tiempo se detiene, uno flota de una escena a la otra sin darse cuenta de toda la acción “no accionada” que contienen. Podríamos decir -después de ver “La noche” (1961), “El eclipse” (1962) o “Desierto Rojo” (1964)- que su cine se basa en la contemplación. Nada es lo mismo después de ver una película de Antonioni, la arquitectura (arte olvidado como tal para la contemporaneidad) recupera su estatus artístico, el silencio cobra sentidos ilimitados y las miradas vuelven a transmitir la intensidad más humana.
¿Podemos entonces ver al director italiano como un rebelde, como alguien que en medio de la celebración del movimiento y la agitación coloca en su lugar la quietud y el mutismo? Es Antonioni quien nos hace espectadores duales, pasivos/activos, espectadores con inmovilidad física pero con intensa actividad intelectual.
Es decir,  en nuestra pasividad de espectador nos otorga una intensa vita activa en nuestro pecho, nuestra mente o donde quiera que se esconda el motor espiritual de cada uno.
Groys afirma que la situación del espectador de cine parece una gran parodia de la vita contemplativa que el cine mismo denuncia. Y no puedo dejar de pensar en Antonioni, que en sus películas enfrenta la vita contemplativa (inmovilidad física) del espectador con la vita contemplativa de sus actores (silencios, escenas interminables) pero lo sorprendente es que la sumatoria de estos dos modos de vita contemplativa resulten en una vita activa interior de tanta intensidad.
Hay algo enigmático en el cine de Antonioni, algo que no podemos entender pero que por eso mismo nos atrae, nos hipnotiza. Somos espectadores del silencio, de la no-acción, de los gestos mínimos pero también de las sensaciones vastas y profundas que el ser humano despliega cuando interactúa consigo mismo o con los demás.
El cine de Antonioni es un cine dual y por eso el más humano. El cine del movimiento de la quietud, el cine del sonido del silencio. Un cine activo y contemplativo.

° Groys, Boris (2014) “Camaradas del tiempoen Volverse Público. Las transformaciones del arte en el ágora contemporánea. Buenos Aires. Caja Negra Editora.



Manuela Rímoli

Beatriz Guido, la curiosidad.

Así como Dante se interna en la búsqueda de su sagrada Beatriz, Beatriz Guido nos enfrenta a algo igualmente sagrado: la curiosidad humana. Una curiosidad que pareciera superar a esa sensación tan conocida por todos, que creemos sagrada, y no es más que un obstáculo humano: el miedo.
   
Gran parte de los personajes de sus cuentos o novelas -como Ana en La casa del ángel- se ven impulsados por una curiosidad más grande que el miedo y es ese mismo impulso el que nos hace a nosotros, los lectores, mantener los ojos bien abiertos, abiertos hasta el ardor hasta el final del relato. Con el corazón en la boca algunas veces, con una leve molestia en el pecho otras, atravesamos las palabras de Guido con la misma curiosidad que los personajes atraviesan ése momento de sus vidas.        
                                                    
 La rica elección de palabras castellanas y el ritmo ágil de la autora hacen de toda esta experiencia algo fugaz pero no por fugaz menos intensa. Es en la fugacidad donde la vida muestra sus más cautivantes y profundas luces.

Manuela Rímoli.